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¿Dónde están las aventuras e historias de viajes con brújula y pinole?

Ir y venir es libertad para escribir. Soñaba viajar en diligencias frente a un ventilador, comiendo pinole. Ahí voy.
¿Dónde están las aventuras e historias de viajes con brújula y pinole?
Foto de Andrew Neel | Unsplash

Ir y venir es un círculo vicioso del que no quiero salir. Desde niño cuando escuché cómo iban y venían personas para ir a la Ciudad de México o Aguascalientes, o Veracruz, siempre soñé con subirme a una diligencia jalada por caballos percherones que van a todo trote pisando caminos de polvo y yerbas, pero ese mundo en blanco y negro, sepia, ya no existía por la presencia de coloridos autobuses y carreteras de asfalto. Así que me sentaba en un sillón bullido imaginando mi viaje mientras comía pinole, porque ese era el alimento de los viajeros. Y para darle realismo me ponía frente a un ruidoso ventilador.

Mi primer gran viaje fue de Jerez, Zacatecas, a Acayucan, Veracruz, en la parte trasera de un Ford Maverick. Más de 24 horas de viaje, con una escala para dormir, en Guanajuato. Aún recuerdo que conté 821 automóviles rebasados, más el aprendizaje a todo pulmón de las canciones de Ray Conniff, Neil Diamond y Manuela Torres. El carro olía a nuevo, junto a mi nueva familia.

He hecho esos viajes relámpago, inmediatos, de traslado. Te subes a la comodidad de un avión en algún lugar del hemisferio y te bajas 12 horas después del otro lado del mundo. Muy práctico, muy cómodo, sin romperte la espalda ni tomar agua como un maniático desenfrenado. Ni insolaciones ni alucinaciones ni el aliento a mitad del intestino.

Viajar en automóvil es una delicia. Los he hecho por todo México y por Estados Unidos. En motocicleta, también. Pero ninguno se compara con la sensación de traer un ventilador ruidoso al frente que te acaricia el rostro con vientos de libertad, comer pinole bajo la sombra de un árbol, como me imagino las diligencias de aquellos años, por caminos sinuosos de terracería, a fuerza y golpe de pedal. Frenar, contemplar los horizontes, vivir cada hora en esos lugares.

México tiene muchísimas rutas conocidas como caminos reales o brechas antiguas. Algunas imposibles en bicicleta, otras muy peligrosas por lo sinuoso del camino. He andado las cercanas a la Ciudad de México, Tepoztlán, Morelos, y Tecozautla, Hidalgo. Viajar así, claro, es un riesgo, si no se hace con preparación física previa y las precauciones anticipadas. Viajar es un instinto, un regreso a la vida nómada salvaje o animal de los humanos. Conquistar a golpe de paso y cadena para descubrir de qué estamos hechos.