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¿Qué soy?

Macokibom es un acrónimo de tiempos pasados que tocan a mi puerta todos los días, entre quemantes rayos de sol y calles con sombras heladas. Entre luces y penumbras, entre la felicidad de vivir y el sin destino al que fuimos condenados en este inconmensurable universo. Macokibom es la palabra principal de mi vocabulario mágico, instantáneo, que se enciende todas las noches antes de dormir y al levantarme para atenuar la intrascendencia de mi destino.

Me aferré a esta vida cuando me pronosticaron muerte súbita al tercer día. Un milagro, dijo el doctor al cuarto día; es mi sangre, dijo mi madre, cuando salió moribunda de la clínica; quién sabe de qué está hecho este niño, dijo mi padre cuando me despedí de él porque me echaron a formar una familia que desapareció, algunos años después, dejándome en orfandad de valores y creencias a los 11 años, bajo la sombra de guayacanes y tamarindos, con acento jarocho y choco.

Estudié agronomía por razones hereditarias pero terminé de reportero antes de cumplir 18 años en la vieja redacción de El Sol, en mi natal Zacatecas. Muchos libros de periodismo llegaron a mis manos, desde Carlos Septién García hasta las crónicas de Gabriel García Márquez. Bastaba con redactar cinco notas diarias con dos copias en papel carbón en una máquina de escribir. Entrevistas, crónicas, pirámides invertidas, primicias, incluso entregué poemas y crónica de carteros y vendedores de frutas. Casi seis años me duró la escuelita en una ciudad que cruzabas caminando en menos de 10 minutos.

En mi ruta profesional estaba como meta The Times o The New Yorker porque le tenía una cándida admiración juvenil a las narraciones periodísticas de Caminos sin ley y El poder y la gloria, de Graham Greene, y A sangre fría, de Truman Capote. Pero llegué a la ciudad de México y aquí me quedé aniquilado por el ozono en la sangre. Pasé por las grandes redacciones de El Sol de México, El Universal, El Financiero y muchos medios más, incluidos algunos programas de radio donde colaboré. Escribí narraciones y crónicas que no han sido ni serán suficientes porque escribir es el último aliento antes de morir. Se escribe en el pensamiento, en la imaginación, mientras caminas o te quedas mirando el techo, para luego imprimirlas usando 22 consonantes y cinco vocales.

Macokibom es mi medio, hecho desde código con mis manos, formado desde el servidor Linux hospedado en Suecia. Uso la terminal Linux con el protocolo SSH para construir este desarrollo de internet. Yo lo administro, lo escribo y edito. Siempre he sido disciplinado con mi oficio para mantenerme independiente, por respeto al periodismo y ganar una narrativa sincera, con copia en la piel.

El gran José Saramago dijo que los seres humanos deberíamos plantearnos más la pregunta qué soy, para tener un mejor análisis de nuestro ser que aquella común: quién soy. Esta última nos invita más a mentir y escondernos en planos materiales, coyunturales.