¿Qué soy?

Aún no había nacido en esta foto donde está mi madre y mi padre, en los cincuenta, en las inmediaciones de Ciudad Camargo, Chihuahua, México. Muchos años fue mi familia sin que perteneciera a ella.
Macokibom es un acrónimo de tiempos eternos que tocan a mi puerta todos los días, entre quemantes rayos de sol y calles con sombras heladas. Entre luces y penumbras, entre la felicidad de vivir y el sin destino al que fuimos condenados en este inconmensurable universo. Es una palabra que derriba muchos molinos de viento que creían existían.
Macokibom es la palabra principal de mi vocabulario mágico, instantáneo, que se enciende todas las noches antes de dormir y al levantarme para atenuar la intrascendencia de mi destino. Nada me consta cuando nací. Por alguna razón me crió mi hermano mayor, Jorge, mi verdadero papá, y su esposa Chely.
Me platicaron que nací en Jerez, Zacatecas y que me aferré a esta vida cuando me pronosticaron muerte súbita al tercer día. Un milagro, dijo el doctor al cuarto día; es mi sangre, dijo mi madre Antonia, cuando salió moribunda de la clínica; quién sabe de qué está hecho este niño, dijo mi padre José Guadalupe cuando me despedí de él porque me echaron a formar una familia que desapareció, algunos años después, dejándome en orfandad de valores y creencias a los 11 años, bajo la sombra de guayacanes y tamarindos, con un fino acento jarocho y caló choco.
Estudié agronomía por razones hereditarias pero terminé de reportero antes de cumplir 18 años en la vieja redacción de El Sol, en Zacatecas. Muchos libros de periodismo llegaron a mis manos, desde Carlos Septién García hasta las crónicas de Gabriel García Márquez. Bastaba con redactar cinco notas diarias con dos copias en papel carbón en una máquina de escribir. Entrevistas, crónicas, pirámides invertidas, primicias, incluso entregué poemas y crónica de carteros y vendedores de frutas. Casi seis años me duró la escuelita en una ciudad que cruzabas caminando en menos de 10 minutos.
En mi ruta profesional estaba como meta The Times o The New Yorker porque le tenía una cándida admiración juvenil a las narraciones periodísticas de Caminos sin ley y El poder y la gloria, de Graham Greene, y A sangre fría, de Truman Capote. Pero llegué a la ciudad de México y aquí me quedé aniquilado por el ozono en la sangre, por la vida chilanga chida que me cautivó. Pasé por las grandes redacciones de El Sol de México, El Universal, El Financiero y muchos medios más, incluidos algunos programas de radio donde colaboré. Escribí narraciones y crónicas que no han sido ni serán suficientes porque escribir es el último aliento antes de morir. Se escribe en el pensamiento, en la imaginación, mientras caminas o te quedas mirando el techo, para luego imprimirlas usando 22 consonantes y cinco vocales.
Macokibom es mi medio, hecho desde código con mis manos, formado desde el servidor Linux hospedado en Suecia. Uso la terminal Linux con el protocolo SSH para construir este desarrollo de internet. Yo lo administro, lo escribo y edito. Siempre he sido disciplinado con mi oficio para mantenerme independiente, por respeto al periodismo y ganar una narrativa sincera, con copia al carbón en la piel.

El gran José Saramago dijo que los seres humanos deberíamos plantearnos más la pregunta qué soy, para tener un mejor análisis de nuestro ser que aquella común: quién soy. Esta última nos invita a mentir y escondernos en planos materiales, coyunturales.